Inseguridad, vértigo y filosofía

Sincronías
6 min readMar 4, 2021

¿Somos gilipollas y nadie nos ha avisado?

Paula Ducay & Inés García

Un par de semanas atrás nos sentamos al lado del único radiador encendido que encontramos cerca del módulo V de la Facultad de Filosofía y Letras de la UAM. Hay un hueco en la escalera al que hemos apodado “el despacho” porque está muy cerca de las salas donde trabajan los profesores, pero solo es un pedazo de suelo, dos metros cuadrados de baldosas. Como con el COVID-19 está prohibido estar en el césped, pasamos ahí muchos ratos sentadas entre clase y clase. Ese día nos pusimos a hablar en serio. Estábamos las dos muy tristes y nos dedicamos a hacer eso que se hace tan bien entre amigas: diseccionar el dolor.

Hace casi cuatro años las dos asistimos a la presentación de la carrera el mismo día. Cuando volvimos a nuestras casas, todavía sin conocernos, lo hicimos con el ánimo por los suelos. Nos habíamos sentado en la cafetería, cada una con un grupo distinto, pero con la misma sensación. Estábamos con gente que parecía saber ya muchísimo de filosofía, a pesar de que no habíamos dado nuestra primera clase. Estuvimos allí alrededor de una hora, cada una con su grupo de semi-desconocidos. Ninguna de las dos dijo ni mu. No intervenimos en ninguno de los debates. Se hablaba de ecología, de Platón, de veganismo, de Gustavo Bueno. Nosotras nos sentíamos ignorantes, estúpidas, inútiles, débiles, tontas. Nos gustaría contaros que las cosas han cambiado en cuatro años.

No ha sido así.

Quizás deberíamos dejar que se vieran las costuras en la elaboración de este texto. Después de hablar y darnos cuenta de que sentíamos exactamente lo mismo respecto al mundillo intelectual en el que estamos metidas, pero del que no formamos parte, escribimos por separado las ideas, preguntamos a nuestros amigos y sobre todo a nuestras amigas. Está claro que no somos las únicas lidiando con estos sentimientos. Nuestra autoestima ha ido decreciendo progresivamente a lo largo de la carrera de filosofía. Seguimos sin ser capaces de levantar la mano en clase para intervenir y seguimos perdiendo puntos y puntos de nota por no participar. Somos incapaces de convencernos de que tenemos algo interesante que decir. En clase nuestros compañeros se sacan respuestas decentes de la nada ante las preguntas de los profesores. Sabemos que no han trabajado las lecturas y nos preguntamos de dónde sale ese ¿aparente? conocimiento. Nosotras hemos leído lo que tocaba, hemos subrayado el texto, traemos un esquema. No vamos a decir nada.

Esa gente se atreve a hablar en clase, se auto invitan a charlas de filosofía cuando a nosotras en la vida se nos ocurriría hacer eso, en las conferencias se levantan, agarran el micrófono y dicen esto más que una pregunta es una reflexión…

esa gente nos tiene hasta el coño

El año pasado asistimos a un congreso donde intervenía Remedios Zafra. Después de su exposición, una persona del público hizo una de esas reflexiones larguísimas y complicadas. Esperábamos una respuesta, pero en vez de eso oímos decir a Zafra que ella pensaba despacio y no podía responder en ese momento. Es curioso que precisamente eso, el posponer la respuesta, la honestidad intelectual de la pensadora al decir que no sabría responder de manera inmediata nos llamase tan positivamente la atención. Nos iluminó.

¿Somos mediocres? ¿Mentían aquellos que nos animaban a estudiar y nos auguraban un exitoso futuro laboral? ¿Deberíamos estar estudiando otra cosa? ¿Deberíamos estar estudiando?

El problema no está solo en el mundo universitario, lo encontramos también en las redes sociales. Esta inseguridad la fomenta esa manera casi competitiva que tenemos de relacionarnos con la cultura y con “lo intelectual”, con el saber. Es una competición por ver quién lee más libros, quién ve más (y mejores) películas… ¿Es necesario anunciar por twitter cada cosa que leemos, cada producto cultural que consumimos? (A veces nosotras mismas pecamos de esto). Cuesta encontrar espacios donde pensar colectivamente sin sentirse inferior. ¿Sirve de algo pensar solo para ti? ¿Y el reconocimiento? ¿Y las palmaditas en la espalda? ¿Y las publicaciones? ¿Y los retweets? Todo esto parece ser fundamental para ser alguien, para ser filósofa. Nos falta autoestima, egocentrismo y picardía. Nos sobra angustia, inseguridad y pereza.

Esta falta de seguridad también afecta a cómo nos relacionamos con las personas en nuestra vida personal. Hablamos con chicos listos que intentan ligar con nosotras hablando de Murakami. Nos preguntan si hemos leído libros y visto películas y nosotras sentimos que tenemos que disimular nuestra mediocridad. Estos chicos quieren que les chupemos el cerebro.

Fun fact, esto le pasó a una de nosotras:

Me encapriché de un chico que sabía mucho sobre relaciones internacionales, y antes de las citas yo pensaba: “tendré que repasarme el conflicto palestino-israelí.” PERO QUÉ DICES. Es ese sentimiento permanente de que lo que sabes y lo que te interesa no es suficiente, que tienes que poner al servicio de los intereses de los demás el tiempo que tú inviertes en las cosas que a ti te gustan.

¿Nos falta picardía? ¿Somos tontas? ¿Cómo podemos medir si realmente valemos para pensar?

Tampoco sabemos bien si la gente que nos rodea es de verdad mucho más lista que nosotras y sabe muchas más cosas. ¿Es todo una farsa? En el caso de que simplemente sean más listos, quizás no valgamos para esto o tengamos que esforzarnos más. Pero en el caso de que nuestras capacidades intelectuales sean más o menos iguales, ¿cuál es la diferencia entre esa gente y nosotras? ¿Que han estudiado más y mejor? ¿Que simplemente se saben vender? ¿Que tienen más picardía?

Es difícil discernir si esa gente nos genera rechazo o envidia. ¿Nos genera rechazo porque no queremos formar parte de esos supuestos círculos intelectuales o nos genera envidia porque queremos formar parte de ellos y no podemos? Ver a esas personas hacer cosas y tener opiniones claras nos hace querer abandonar la filosofía, cuando quizás debería ser al contrario, debería hacernos querer estudiar más, trabajar más, ser más disciplinadas y atrevernos más con nuestras opiniones (si es que las tenemos).

¿Cómo evaluar si realmente hemos aprendido y adquirido conocimientos? Sentimos que las notas que nos ponen en la carrera no reflejan bien ese proceso. No porque las notas sean malas, sino porque a veces nos ponen notas muy buenas en trabajos que no hemos entendido, en exámenes cuyo contenido nos hemos aprendido en dos días y hemos regurgitado en el examen (somos conscientes de que no decimos nada nuevo). Estamos tan atadas al sistema de evaluación con números y decimales que nos ponemos nerviosas cuando llega el correo y al mismo tiempo no sentimos nada aun cuando la nota es buena.

¿Y si el problema es que no nos interesa nada? ¿Y si no tenemos pasión? ¿Por qué no tuvimos nuestra crisis por leer a Nietzsche en la adolescencia? ¿Y nuestra fase existencialista a mediados de la carrera? No sentimos que leer la Crítica de la razón pura nos haya cambiado la vida. La gente a nuestro alrededor parece apasionada por la filosofía. ¿Lo estamos nosotras? ¿Acaso las únicas razones por las que estudiar esta carrera son porque estás en la mierda, sientes nostalgia de algo que no ha llegado, no encuentras tu sitio en el mundo, tienes un agujero en el pecho, te desangras intelectualmente…? ¿Podemos por favor bajar el nivel de intensidad?

A escasos meses de graduarnos en Filosofía sentimos muchas presiones. Por una parte, parece que o eres el Heidegger del S.XXI o no eres nada. Nadie nos cuenta qué podemos hacer con nuestro futuro además de pudrirnos intentando escalar la jerarquía universitaria a golpe de masters, doctorados, publicaciones en revistas y conferencias donde en vez de debatir con nuestros colegas, leemos en voz alta y con voz monótona textos reciclados. Además, tampoco sabríamos escalar esa jerarquía. Nos graduamos en cuatro meses y sentimos que no sabemos explicar Platón o Kant, que no tenemos habilidades. No nos sentimos “filósofas”. ¿Qué es ser filósofa?

Estar rodeadas de personas que parecen estar en la cúspide intelectual y tener tanta seguridad en sí mismas y en sus opiniones, hace que nos dé mucho vértigo contribuir. ¿Y si lo que decimos no interesa a nadie? ¿Y si no tenemos nada que decir? Quizá no hace falta que digamos nada, ni intentar adentrarnos en un mundo del que no sentimos formar parte, ni vivir con miedo por caer en la mediocridad. Quizá deberían normalizarse y reconocerse con honestidad la indecisión, el titubeo y la vacilación y dejar de perseguir la certeza, el aplomo y la confianza perpetuos. Quizá deberíamos renunciar a adoptar comportamientos y tomar senderos que nos lleven a encajar bajo ciertas categorías con las que no nos sentimos cómodas.

Quizá solo necesitamos un espacio (mediocre o no) donde permitirnos a nosotras mismas simplemente sentir cosas y pensar despacio.

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